La Carretera

Somos los que llevamos el fuego

Domingo de Cine
Domingo de cine

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por Salva Alberola.

Cuando el planeta agoniza lentamente en espera de una muerte insalvable, cuando la raza humana roza una inevitable extinción ante un mundo que se ha cansado de sostener cualquier tipo de vida, un padre y su hijo atraviesan las ruinas de la civilización portando el fuego de su interior, la única y marchita esperanza que los lanza en pos de una supervivencia creída imposible.

Ante esta premisa llegó en 2009 la película ‘La Carretera’, adaptación de la aclamadísima novela del escritor estadounidense Cormac McCarthy, autor de la célebre Trilogía de la Frontera, No es País para Viejos y Meridiano de Sangre, entre otros, y por cuya concepción ganó el Premio Pulitzer en el año 2006.

Diego Gándara, de La Razón, escribió “Esta novela está llamada a ser una de las grandes obras de la literatura universal”, y no es para menos, pues en apenas 200 páginas su autor nos pinta una realidad alternativa grisácea, desesperante; un duro marco que sirve como escenario para una de las relaciones paterno filiales más potente que se hayan podido ver jamás.

La película vino de la mano del realizador John Hillcoat, teniendo como grandes protagonistas a Viggo Mortensen, como padre, y a Kodi Smit-McPhee como hijo, contando con un elenco de personajes secundarios de lujo, como Charlize Theron, Robert Duvall y Guy Pearce. La obra puede considerarse una de las mejores adaptaciones jamás realizadas, pues logra transmitir la tensión, la amargura, el desasosiego y también la ternura que nos inundan con las palabras de McCarthy. El hambre y la sed, el frío extremo, la ausencia de sol y los peligros constantes, como la salvaje y violenta naturaleza del hombre, desatada en un mundo como el que se nos presenta, que los empuja al canibalismo más cruel y despiadado, son lo que llevarán a este padre a querer sobrevivir a toda costa, por él mismo y por su hijo, quien es para él, según sus propias palabras, un dios, tal vez el último dios en la carretera; algo terrible desde ese punto de vista, pues solo significaría que el creador ha abandonado a todos sus seres a la suerte más azarosa y hostil imaginable.

Cuando un revolver contiene solo dos balas, y están destinadas a ellos dos, pensadas para un suicidio que permita esquivar horrores más atroces que la propia muerte, uno se da cuenta de que la esperanza es algo mínimo y casi utópico. Existen muchas historias postapocalípticas, muchas que versan sobre padres e hijos, pero cuando es McCarthy el que esboza la trama y a los personajes, estamos ante algo muy diferente, algo superior. Su estilizada prosa, el complejo uso de un lenguaje que maneja a voluntad, sirviéndose grácilmente de él para crear algo único, y un léxico abrumadoramente rico, dan como resultado una novela que fue convertida en una película terrible y a la vez entrañable, desgarradora, que llega directamente al alma, como un potente disparo narrativo y cinematográfico a bocajarro. No es descabellado asegurar que Cormac McCarthy es uno de los mejores escritores contemporáneos de hoy en día, todavía en activo, y es una suerte para estas generaciones poder seguir gozando de un estilo tan pulido, tan auténtico y profundo, que logra trascender las miles de obras comerciales con que somos bombardeados año tras año. Tampoco es descabellado asegurar que, hoy en día, su nivel de calidad es equiparable al nivel de autores como Ernest Hemingway o F. Scott Fitzgerald, que nos dejaron hace mucho, pero cuya huella sigue presente en estos tiempos, y por ello, no sería de extrañar que acabara recibiendo el Premio Nobel de Literatura en los años venideros, pues sin duda alguna sería un más que digno candidato. Muchos aseguraron tras la muerte de Gabriel García Márquez que el último gran escritor nos había dejado, pero mientras sigan existiendo autores como el que nos ocupa, esa frase pierde rápidamente su credibilidad.

Un gran Viggo Mortensen, que realiza uno de los mejores trabajos de su carrera, ayuda a que el relato cobre una poderosa fuerza en la gran pantalla. Se dijo sobre la obra “El amor de un padre por su hijo es la única luz de una tierra que ha perdido a sus dioses. Quizá el fuego de la civilización no se haya apagado para siempre”. Y es que se recuerda constantemente, tanto en el libro como en la película, que ellos dos son los buenos, son los que llevan el fuego. El niño señala la llama que prende un pequeño palo de madera; el hombre señala hacia el corazón. Esa luz marchita pero todavía latente que sigue empujándoles hacia adelante, hacia el sur, en busca del resto de los hombres que no han sucumbido a la locura en un mundo en el que llueve ceniza y en el que el sol es poco más que un recuerdo de tiempos mejores.

También merece una especial mención el personaje del chico, por la interpretación que realizó Kodi Smit-McPhee y por su peso en la trama. Es el protegido, el débil, pero tiene su más que importante función, pues es la verdadera luz, la representación de la bondad absoluta a través de los ojos de un infante, uno que no comprende cómo fue el mundo antes de la catástrofe y cómo se comportan ahora las personas, que casi se asemejan más a animales salvajes. Esa bondad es la que chocará con la dureza del padre, quien ya ha visto de qué son capaces sus iguales, y recela de todo aquel que more fuera del pequeño mundo que ellos dos representan. El chico es uno de los últimos niños, uno que es confundido por los vagabundos de la carretera como un ángel, como algo ya extinto, perteneciente a una vida anterior, algo que debe ser protegido a cualquier precio.

Una historia que nos helará la sangre, que nos mostrará cómo de terrible podría ser un destino así, que quizá nos desgarre por dentro, pero que nos hará entender que el amor de un padre por su hijo es más poderoso que la misma fiereza del apocalipsis y todo el mal de la humanidad juntos.

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