Psicología

Agosto: ¡Soy igual que mi madre!

Domingo de Cine
Domingo de cine
Published in
4 min readFeb 4, 2014

--

por Cristina Penín.

La paternidad es un momento de cambio y resignificación de las experiencias vitales. Cuando vamos a tener un hijo recurrimos por un lado a lo que la sociedad en ese momento nos dicta sobre lo que es ser “buenos padres”. Pero lo que más se va a poner en juego es nuestra propia infancia, cómo han sido nuestros padres para nosotros y qué tipo de hijos hemos sido para ellos. Por ello cuando las infancias han sido traumáticas es muy difícil que las paternidades se ejerzan de manera correcta, normalmente porque hay demasiado dolor sin tramitar.

Así en la película Agosto (August: Osage County 2013) de John Wells vemos una reunión familiar de lo más patológica, dónde el vínculo se construye a través del reproche y el chantaje emocional. Aunque la relación que más se desarrolla es la de Violet Weston (Meryl Streep) con su hija mayor Bárbara (Julia Roberts), tenemos ocasión de observar los estragos del maltrato en todos los individuos de esta familia, generación tras generación. No importan cuánto se esfuercen, todos creen que pueden hacerlo mejor que sus padres y todos se encuentran atrapados en una repetición sin fin.

Un niño viene desnudo al mundo pero con más de cien años de historia a sus espaldas, antes incluso del nacimiento ese niño ya existe en la mente de sus padres. Cuando una historia infantil lleva al daño en el adulto, éste siempre esperará redimirse a través del hijo. En el caso de la familia Weston, tanto Violet como su hermana Mattie Fae han sido víctimas de una madre maltratadora y sus violentas parejas. Para sobrevivir no les quedó otra que hacerse fuertes, era eso o caer en la melancolía autodestructiva. Ambas logran evitar la depresión, pero el precio que pagan por este rodeo es tener un trastorno de personalidad. En los trastornos de personalidad o ‘borderlines’ el principal síntoma es culpar del malestar interno a todos aquellos que están alrededor. Los receptores privilegiados de todo este malestar serán sus hijos y así la repetición es inevitable, estas mujeres maltratadas pasan a ser maltratadoras pero no se ven como tales porque han cambiado la violencia física por la verbal.

Sus relaciones de pareja fracasan, el amor no logra rellenar los vacíos de una infancia dañada. Sostienen sus matrimonios en apuntalamientos débiles como el consumo de sustancias, las infidelidades, los secretos y rencores que pasarán a ser los pilares de la familia. Y lo peor, las repeticiones se suceden inevitablemente en los hijos. Si bien la repetición siempre tiene algo de nuevo y diferente que la aleja de lo original para hacerla irreconocible por quién la comete, sólo cuándo es evidente logra hacerse consciente como ocurre en esa escena dónde Violet charla con sus hijas en el jardín refiriéndose a una escena de su infancia. En el caso de las hijas, vemos tres maneras distintas de intentar escapar de la repetición seguidos de tres fracasos.

La más joven, Karen (Juliette Lewis,) vive en una perpetua negación y huída de su familia y de sí misma. Aparenta ser feliz, que se ha encontrado a sí misma y al amor de su vida pero está condenada a reeditar una y otra vez los fracasos amorosos de sus antecesoras. Ivy (Julianne Nicholson) ha tratado de ser la más responsable, la más voluntariosa quedándose al cuidado de sus padres pero es la menos reconocida por sus progenitores reeditándose en ella el desprecio. Se queda tan pegada a su familia que incluso su intentó de salir huyendo es un desastre, tan incapaz es de despegarse que se lleva a la familia y sus secretos allá dónde va. El caso más trágico es el de la luchadora Bárbara, porque precisamente por luchar es la que más acaba pareciéndose a su madre. La tragedia de Bárbara es aún mayor porque de las tres es la única que tiene descendencia, y es aterrador observar cómo tanto su matrimonio como la relación con su hija están inevitablemente lastrados por los fantasmas del pasado.

Del lado masculino tenemos a unos maridos y compañeros impotentes, absolutamente desbordados por sus partenaires femeninos. Nada de lo que hagan o digan será suficiente para cubrir las necesidades de estas mujeres en perpetua lucha consigo mismas y con el mundo. La puesta de límites viene siempre tarde y de forma violenta, bien sea a través del suicidio o de la separación traumática en un intento desesperado de salvaguardar las siguientes generaciones de la locura. Tarde, es demasiado tarde para el pequeño Charles (Benedict Cumberbatch) que está completamente anulado por una madre que ha proyectado en él todo lo malo de sí misma. Incluso la joven Jean (Abigail Breslin) está ya atrapada en esa vinculación destructiva cuando su padre decide llevársela.

Lo más doloroso es que no importa cuánta distancia física se ponga de por medio, todas acaban huyendo pero los estragos de esta relación los llevan por dentro. Adonde quiera que vayan y sin importar con quién se relacionen, se pondrá en juego esta forma de vincularse que las lleva a reeditar sin descanso los fracasos familiares.

--

--